Queremos hacer creer que el miedo no nos asusta, que todo acaba desapareciendo, que las miradas nos atacan como garras en las mañanas. Y que, a pesar de ello, somos duros, fuertes y podemos con todo, que si hay un muro en nuestro camino lo derrumbaremos, cuando en realidad nos engañamos y nos derrumbamos. Queremos hacernos creer que, si a ellos les afecta, a nosotros no nos pasará lo mismo, que somos duros, fuertes y podemos con ello.
Es tal el miedo aferrado a nosotros que nos desvanecemos como hojas quemadas en las manos de las sombras de nuestro ser. Es tal la confusión y parecer... lágrimas secas, labios ensangrentados, cuerpos fríos... Vamos de un lugar a otro en busca de una salida que nunca habrá. Pensamos que, si evitamos el miedo, no volveremos a temer. Pensamos que somos invencibles cuando cada vez que nos hacemos creer eso decaemos... más... y más... y más.
Más son los miedos cuanto más conocemos la vida que nos es arrebatada, arrebatada por nuestros propios males y arrebatada por nuestros malos pensamientos, malas indicaciones.
Más males van en busca de nuevas almas que nos son quitadas. Más son los llantos escuchados en las camas. Los miedos se van con otros miedos, por lo tanto nunca se desvanecen, se acrecientan. Cada vez son más fuertes y más son las almas que necesitan. Recurren a nosotros porque somos débiles y no podemos con ellos. Males son los que fabricamos. Males somos nosotros (Anaïs Cuenca. 4º D).
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